Enésima plegaria del nieto
a mi abuela Esther Gutiérrez Miranda (Nena), in memóriam;
a mis tíos paternos: Isabel Avalos,
Mario Avalos (in memóriam) y Félix Avalos;
a mi padre
Hace nueve
años, exactamente un día triste como hoy, más o menos lluvioso igual, perdí a
mi abuela paterna. Desde entonces he caído en una especie de inconsciencia forzada
para evitar el llanto y el sentimiento de orfandad cada vez que amenaza con
volver el mes de septiembre. ¿Siempre será así?, me he preguntado a solas y lo
he dicho en alta voz a los espejos de las habitaciones donde he vivido desde
entonces. ¿Cuánto muta el dolor, cuánto cambia?
El 11
de septiembre siempre regresa y los titulares de los noticieros y medios de
prensa del mundo entero, vuelven a recordar, horrorizados, conmovidos, la
muerte de Salvador Allende y la caída de los Torres Gemelas. El mundo se
confabula (o compite con estrépito y a grandes escalas) para que hoy sea el Día
Mundial del Dolor (o del Terror), así, con mayúsculas.
Yo,
además, guardo ese dolor íntimo, insuperablemente funerario que solo puedo exorcizar
mediante versos sueltos o confesiones, también oscuras, en el Diario. Es riesgoso
publicar lo que se escribe bajo el imperio de la emoción, según el archiconocido
decálogo de Horacio Quiroga. Sobre todo es riesgoso cuando es un tema político
o amoroso, y no lo es menos cuando se trata de una experiencia personal e intransferible.
Por eso cada texto que le escribía a mi abuela paterna lo ocultaba con pudor,
para eludir sentimentalismos o sensiblerías. Sin embargo, el primer poema (Álbum) que
me seleccionaron para una antología cubana fue, precisamente, uno que le
escribí a ella, meses o años después. Entonces comprobé que el dolor no se
supera, solo madura y envejece dentro de nosotros.
Álbum, poema-décima publicado en El árbol en
la cumbre. Nuevos poetas cubanos en la puerta del milenio (Letras Cubanas,
2015), antología poética preparada por Roberto Manzano y Teresa
Fornaris.
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A continuación uno
de esos textos que integra uno de mis poemarios inéditos:
Elegía a la abuela
Abuela, guárdame de los cuervos
de los estribillos del anochecer,
vamos a salvar el mundo
del eclecticismo de la nada.
Abuela
usa otro rato el siglo.
No calles tus pupilas:
estoy mirando mi última inocencia
en las abuelas de tantos amigos.
Abuela, mira, se mueve el sillón.
¡Aprovecha, Abuela, apúrate!
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