Domingo


Fotos: Joce Deux, poeta, fotógrafo, cineasta, amigo ecuatoriano.
  
Hay días en prosa, sin remedio, sin música, pausados, sin ladridos, pregones, llamadas telefónicas, sin SMS, otoñales, en los que uno no acepta que despertar es una negligencia o un absurdo. Tardes sin citas a ciegas, de cara al espejo, invernales, noches dentro de las que nos paseamos mudos (asombrándonos de nuestra sombra), ríspidos y lánguidos a un tiempo, sobrestimando nuestra lucidez o locura, culpando a todos (familia, amantes, sociedades, religiones, gobiernos...) del reality show que ha significado, hasta ahora, la vida real. 


 
Supongamos que uno tenga nombre, apellidos, celos, carné de identidad, poemas, domicilio, perro, barba incipiente, microficciones, título universitario, catarsis, libros, edad cercana a los 30, cansancio, permutas interiores, polvo en la habitación, premios flacos, huesos aburridos de pertenecer al mismo cuerpo, novelas a medias, muertos, silencios, proyectos kamikazes y oceánicos, pronombres, desposesiones, un diario. Supongamos que uno se queja. Que no puede quejarse. Que escribe a medianoche, como si lo hiciera a oscuras, asistido por fantasmas que aman y mueren en otros idiomas. 




Supongámoslo. Y después cerremos los ojos a ese día sin resaca que puede ser hoy mismo y suceder aquí y ahora, al lado de colegas o amigos que no se enterarán (bis), ni aceptarán una bien redactada esquela, un solo líquido delante de los titulares, los gorriones, los discursos, las palomas, los alambicados y rizomáticos posts de blogs. 



Supongamos que uno, tranquilo como sus ojos, espera, solo espera.  



Comentarios