Subjetivas realidades
LA REALIDAD ES UN ASUNTO BASTANTE
SUBJETIVO
(Entrevista con Alexey Rodríguez Lorenzo)
(Entrevista con Alexey Rodríguez Lorenzo)
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Alexey Rodríguez Lorenzo. |
Si existieran
el cuentista o el cuento perfecto, ¿cómo se llamarían?
Esta
es una pregunta complicada con apariencia de sencilla. En ningún caso podría
señalar un cuento o cuentista específico y decir “mira, ese, es perfecto”.
Asumo que me pides mis criterios sobre la perfección en el arte de hacer
cuentos, y cualquier cosa que yo diga como respuesta corre el riesgo de sonar
presuntuosa. Da igual. Aventurémonos.
Tu
pregunta gira en torno al concepto de perfección. La perfección es un ideal, en
este caso de tipo estético. Un ideal, por definición, es algo deseable a lo que
uno puede aproximarse infinitamente, sin tocarlo.
El
ideal de perfección que todavía usamos responde, cuando menos, a la época de la
Ilustración. Es un concepto que remite a lo estático. Por eso hablamos de la
obra “perfecta” como una cosa definida e inmutable.
Tengo
la sospecha de que, a la par que toda nuestra epistemología, ese ideal de
perfección se está reformulando.
Lo
“perfecto” remite cada vez más al proceso, al sistema, al ajuste, a lo
fluido. Y en literatura, remite quizás a
la aspiración de que suceda “algo” con lo escrito, algo que es muy íntimo,
distinto pero a la vez igual en cada obra, en cada creador, en cada
apropiación. Y desde ese punto de vista parece correcto afirmar que todo
proceso de creación-apropiación que haya salido de un trabajo sincero y
comprometido es potencialmente perfecto de muchas maneras.
Quizás
sea más pertinente pedirte que te olvides de lo que he dicho y echar mano del
recurso por excelencia que tienen los escritores para salir de apuros: el juego
de palabras.
Te
diría entonces que no puedo saber cómo se llamaría (ni en particular ni en
general) un cuentista o un cuento perfecto, pero estoy casi seguro de que,
desde lo que creemos hoy acerca de la perfección, serían adorablemente
imperfectos.
¿Se escribe mejor mientras se respira el
olor a gas de la madrugada en La Habana o mientras se espera en una terminal de
ómnibus de Las Tunas?
En
ninguno de los dos casos. En esos momentos se está viviendo. Después, con la
satisfacción secreta de haber vivido todo lo humanamente posible y con algún
tipo de sentimiento maduro en la conciencia, hay que meterse en una burbuja
para escribir. La burbuja esa, da igual dónde esté.
En 2012 te otorgaron el premio David en el
género Cuento, por Piso de tierra. ¿De alguna manera lo esperabas?
Cuando
presenté el manuscrito en el concurso, sí lo esperaba, porque era probable, y
además porque era mi intención desde que leía los libros premiados en el David
de los ochenta y noventa, que tanto significaron y significan para mí. Si
alguna vez escribía un libro y lo mandaba a un concurso, sería el David en
primer lugar.
Es
por esa perspectiva interior de homenaje que me siento agradecido, y no creo
que se me vuelva a repetir una relación de intención y significado semejante a
esta con algún otro concurso.
¿Qué opinas sobre los premios literarios?
Cumplen
una función social importantísima. Fíjate que digo función social, no
artística, aunque la tengan.
Escribir
es y debe ser también un trabajo. Y todo el mundo tiene el derecho básico de
poder vivir de su trabajo. (Hasta en las bibliotecas me miran con cara de gente
poco seria si digo que soy escritor, y me miran con cara de gente respetable si
digo que soy profesor.) Mientras más concursos y premios, al menos en nuestro
contexto, más posibilidades de socialización, más posibilidades de publicación,
más posibilidades de remuneración por tu trabajo. Lo otro dejémoslo a la vida,
al tiempo (y, volviendo a lo potencialmente “perfecto”: al proceso, al ajuste,
al sistema, lo fluido…).
El
compromiso con la sinceridad (artística) de lo que se escribe no tiene nada que
ver con esos artefactos externos. Al menos una cosa me parece clara: si te
tomas demasiado a pecho el sistema de premios y sus traquimañas, te pierdes la
posibilidad de averiguar lo que escribirías si escribieras, para usar una cita
que ya usó Vila-Matas en Escribir es
dejar de ser escritor (sic).
He devorado dos veces Piso de tierra, y
lo que más me sigue fascinando del libro es su multiplicidad de registros, el
modo hábil en que usas variadas técnicas narrativas. La estructura del cuento Sobremesa, por ejemplo, es claramente teatral, no sólo por la disposición de los
diálogos y las acotaciones, sino también porque a medida que uno la lee puede
visualizarla, como a una puesta en escena, lo cual me lleva a preguntarte si
tienes algún interés por el género dramático.
Tengo
interés en explorar todos los géneros concomitantes con la narrativa. La
dramaturgia (teatral y audiovisual) me apasiona, pero la encuentro difícil. No
puedo simplemente ver lo que están haciendo otros y tratar de imitarlo. Tengo
que encontrar mi modo natural. Supongo que es cuestión de tiempo. Sobremesa puede tener algunas claves en
ese sentido. Sin embargo, para mí, aunque se auxilie de la forma teatral
escrita, es eminentemente narrativo. Yo conté un suceso que conocía bien y
traté de introducir además la sospecha de que ese suceso se trascendía a sí
mismo. La estructura de pieza fue
buena para que ambos planos se fundieran de un modo orgánico y se conservara la
impresión de algo vivo.
No sé si estarás de acuerdo conmigo,
pero creo que como narrador tienes unos intereses muy poéticos a la hora de
describir y de fluir por las historias que propones. Más que a una narración,
creo que el lector asiste a una confesión continua de sus miserias o
incertidumbres. ¿Es para ti más importante la anécdota o la biografía íntima de
los personajes?
Todo
lo básico es importante. Yo priorizo lo que se logra cuando lo básico (correctamente
planteado, en la medida de lo posible) se conjuga, se pone en marcha y llega a
algo más. Puede ser un sentimiento, una impresión vívida, la sospecha de una
idea, de una intención, un estado de catarsis, aunque sea mínimo.
Sí,
creo que esas también serían las prioridades de un poeta.
¿Qué suele leer el escritor Alexey
Rodríguez?
De
todo.
De
niño y adolescente leí toda la ciencia recreativa que cayó en mis manos, cuanta
cosa de astronomía, biología, física, etc., encontraba en las librerías de uso.
(Eran los noventa.) Aunque nunca concebí un solo día sin leer, no fui precoz
para la literatura universal. Aún hoy soy extremadamente selectivo con lo que
leo y si un libro me aburre en la página 5 lo cierro y le deseo éxitos, sea de
quien sea. Tengo un programa de lectura que voy cumpliendo como buenamente
puedo y que cada vez se parece más a una gran lista de espera. A veces leo
frenéticamente y devoro un libro en un par de horas. A veces la cosa es más
lenta. Como otros, tengo mis supersticiones: cada obra llega en el momento en
que debe llegar.
¿En qué crees que te parezcas o te
diferencies de tus colegas contemporáneos?
Nos
parecemos todos en que compartimos el mismo tiempo histórico y por lo tanto
partimos de realidades congruentes. No digo la misma porque la realidad es un
asunto bastante subjetivo. Nos parecemos en que buscamos, y queremos llegar al
siguiente eslabón en esa búsqueda, no importa quién llegue primero y quién
llegue después.
Las
diferencias deben ser, al menos todavía, aparentes y externas, así que
deberíamos pedirle a un observador externo su opinión.
Me
molestaría con ese observador externo si trata de encasillarme en un
“movimiento” o etiqueta estética, o si trata de compararme y ponerme a competir
con otros en un escalafón, da igual si por exceso o por defecto.
En Las Tunas han nacido escritores
relevantes como Guillermo Vidal, Alberto Garrido, Carlos Esquivel, Osmany
Oduardo, Frank Castell, Nuvia Estévez, entre otros, más jóvenes, como Liliana
Rodríguez y como tú mismo. ¿Estás al tanto de la literatura que se gesta en esa
provincia?
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El gran narrador cubano Guillermo Vidal, fallecido en 2004, creador de importantes libros de narrativa como La saga del perseguido (Premio Alejo Carpentier, 2003), El mendigo bajo el ciprés, Matarile, Donde nadie nos vea, entre otros títulos. |
Siempre he estado orgulloso de la literatura tunera, en particular la narrativa, de la que me siento más cerca. He conocido personalmente a varios de los escritores que mencionas, y de algún modo tengo un sentido de continuidad con las inquietudes que encuentro en lo que hacen. En cuanto pueda comenzaré a pagar la deuda de un mayor intercambio con lo que se está haciendo allí ahora mismo.
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Alberto Garrido Rodríguez. |
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Liliana Rodríguez. |
Creo que no es casual la fortaleza e intensidad de la escritura en Las Tunas, más allá de las “energías” que ahí confluyen, como dice un amigo habanero. Me formé rodeado de excelentes profesores (no solo de literatura), que me parecían lo más natural del mundo, y ahora reconozco cuán valiosos y escasos pueden ser. Siempre tuve una sensación de acceso total a los libros de la biblioteca provincial, sin demasiados formalismos. La bibliotecaria del pre nos buscaba cada vez que llegaba un título que nos pudiera interesar. Así fue cuando aparecieron, por ejemplo, Lapsus calami o Cañón de retrocarga.
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Cubierta de Ediciones Unión, la más reciente de esta novela de Alejandro Álvarez Bernal. |
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Jorge Ángel Pérez, autor de la novela Lapsus Calami. |
Hasta ahora en tus cuentos no le das la
espalda a la ironía ni a un humor que refleja la absurda cotidianidad. Tampoco desdeñas las situaciones y los ambientes rurales, detalle que
no abunda en la narrativa cubana más actual. ¿Sobre qué mundos versarán tus
próximos libros?
Me
parece, aunque no me interesa llegar a una definición académica y mucho menos a
una predicción, que el trabajo presente tiende a: una escritura interior
relativamente alienada y existencial, una exploración de los límites
realidad-fantasía con su toque de sátira y parodia, una profundización
antropológica de ciertos ambientes y discursos de ciudad y de campo. Escribir
está resultando difícil, y lo asumo como una cosa buena. Parafraseando a Gide,
el camino de perfeccionamiento del oficio pasará siempre por mi propio camino
de perfeccionamiento como persona.
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