En fin, el mar...



El mar es la distancia entre dos puertos.

 
 En fin, el mar. 

Ulises, Marco Polo, Verne, Robinson, Conrad... Mar de Poseidón. Karma de los peces. El viejo y el mar. El joven y el mar. Antigua costumbre de esconder suicidas. Puerto a puerto, puerta a puerta. Y al final de la línea, pequeñísimo, el sol.




Cualquier homenaje que se me ocurra será modesto, inasible. Mis propias manos, mis propios dedos, serán redes por donde se escape el agua, infinita y cruel y demasiado abarcadora, como todas las aguas. El mar que tiene raíces es un cuaderno décimas que navega esas superficies líquidas, esas profundidades insondables que algún día tomarán las ciudades e inundarán los túneles. 

Con este pequeño poemario tuve la suerte de ganar, en julio de 2011, el VIII Certamen Internacional de Décima Espinela Tuineje. Fue, además, un premio compartido con el poeta sevillano de amplia trayectoria, Enrique Barrero Rodríguez.

Desde los tiempos más remotos, el mar ha sido el trans(fondo) y co protagonista de tantas Ítacas y no pocos Ulises, a quien mencioné antes.  Pasen y sean, naden y sean. Aquí conviven también esos espectros divinos o demasiado humanos.




I
Entre dos puertos, el mar
con su salada distancia,
acuática redundancia,
fondo imposible de anclar.
Ni Jesús pudiese andar
tu planicie cristalina.
En un puerto, bailarina
me esperarás. ¿Medio muerto
llegaré al ignoto puerto
o me ahogaré? Adivina.


II
Este es el mar matutino.
Sobre piélagos de espuma
bracea, insomne, la bruma,
cabecea algún marino
a bordo. Algún remolino
lo salpica, lo despista,
lo zarandea, lo alista
y retoma el timonel,
pero el mar y su nivel
repiten: ¡Bruma a la vista!



 III
Antipoético mar,
tu salitre me embobece,
por lo visto no parece
que Ulises va a regresar.
Mejor me pongo a pescar
o a pescarte a ti, sirena.
He olvidado ya la escena
en que Odiseo, perdón,
Ulises, ve a Poseidón
mucho antes de ver la arena.

IV
Yo soy un pez, aunque el mar
no se muestre cristalino.
Pez gamuza azul marino,
Pez apto para nadar.
Yo soy un pez ejemplar,
pez Olokum, en lo hondo,
pez perdido en un Macondo
lluvioso. En su desnudez
pez sin condiciones. Pez
agonizando, de fondo.


V
Mar tranquila. Menos mar.
Mar Caribe. Mar adentro.
Voces de agua. Epicentro.
Conrad quiso navegar
  y Robinson naufragar.
(Yo un pirata quise ser).
También quisiera tener
como Hemingway, agujas,
pero sólo unas burbujas
traviesas puedo leer.


 VI
Yo soy hijo de la mar,
traigo los poros salados.
Aprendí diversos nados.
Y en peceras a pescar.
En el suelo irregular
del mar no hice surf sin fin,
ni en el Yellow Submarine
viajé por su anatomía
oceánica, travesía
simple de cualquier delfín.




VII 
 El mar me conoce, pero
aunque yo venga del mar
y me guste relatar
hazañas de bucanero,
de tesoros, y el velero
ondee más de una vez…
vi desierta mi vejez
cual vientre de caracolas,
y hasta rompiendo las olas
como si fuese Moisés.




VIII
¡Ah, mar inquieto, expansivo,
misterioso, sideral,
sin brújula ni final!
Eres el superarchivo.
Proteico, definitivo
espejismo para humanos,
oasis para las manos,
mástil, húmedo embeleso
de mi isla, mi isla en peso
llena de botes lejanos.



IX
Llévame hacia tus orillas
(si es que existen) transparentes,
a esclusas, gaviotas, entes
de míticas escotillas,
a un sinnúmero de millas
en rotas embarcaciones,
a ser ojo de ciclones,
oleaje en un mar de dudas,
triángulo de las Bermudas,
Nemo de los tiburones…


Llévame, nádame, lame
mi piel de Gran Polizón,
ahora que la noción
del tiempo son sorbos. ¡Dame
mar hasta que se derrame!
De finales infelices
se escribe poco. No avises
si de pronto algún alud
se roba la juventud
del mar que tiene raíces.


Luyanó y Reparto Flores,
La Habana, junio de 2011

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