Poesía

Casi una mano

Sobre sus hombros Dios.
Sobre su espalda, verticales
las columnas de la catedral.
Sobre sus ojeras la resaca
el sol, los párpados, la intemperie
las legañas contrastando
el plano general del horizonte.

Lo delatan el orine, la violenta barba
los enormes pies, algunos perros
que lo lamen pensando en Lázaro.

Lo delata su propia garra abierta
dedos de barro, material mugriento
casi una mano
para que el prójimo, al pasar, compadecido
eche monedas o versículos.

Alguna vez tuvo pan, peces, carne e identidad.
Ahora se bebe encima su propia resaca
con formalizado, ojeroso, prometeico apuro.

Por su lado desfilan los otros
ungidos de aura artificial.
También exhiben caries y fobias
garfios y parches, llanto mohoso
nombres de pila, afilados perfumes.
Pero siguen de largo.

A las en punto y en cualquier ciudad.
Una y otra vez la palma abierta.
Otra y una vez el prójimo.

Del cielo vuelve el mismo escupitajo.
Pero escupir también es desangrarse.
La sombra juega con la luz.
El sol juega al escondite.


(Del poemario inédito "Mundo pañuelo"). 





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